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Ana María Arón: “El contexto social nos está enfermando”

En entrevista publicada en La Tercera, la académica de Psicología UC y directora del Centro de Buen Trato UC, Ana María Arón, sostuvo que la crisis que vive el país es particular, porque se ha alargado y se desconoce cuándo va a terminar. Agrega que el cuerpo, de manera no consciente, interpreta que estamos en una situación de peligro y se tensiona, que las funciones superiores cognitivas se van apagando, no pensamos bien y estamos cansados y agobiados.

“En general, las protestas no tiene por qué asustarnos. Al contrario, yo creo que esa manifestación del millón 200 mil personas nos emocionó a todos”, dice Ana María.

La directora del Centro de Buen Trato UC dice que, en esta crisis sin fecha de término, es clave el autocuidado y la calma. Descansar y respirar, porque nos estamos enfermando. Con 50 años de experiencia, afirma que la vinculación es el punto de partida para sobrellevar este trance y para cualquier solución. Además, cree que estos últimos días la gente está recuperando la capacidad de ser amable.

A la sicóloga Ana María Arón no le gusta dar tips. Siempre se los piden, pero la fórmula mágica no es su estilo. A ella, experta en intervención en crisis y apoyo a organizaciones y comunidades después de terremotos o eventos traumáticos, le gusta la receta a fuego lento. Generar los espacios de conversación, aplicar un poco de calor humano y luego hacer que las personas confíen en sus propios recursos para salir adelante. Esa ha sido la estrategia en su trabajo en el Centro de Buen Trato UC, que ella dirige y que lleva casi 20 años.

Ana María dice que la actual crisis social es particular. Se ha alargado y no sabemos cuándo va a terminar. El cuerpo, de manera no consciente, interpreta que estamos en una situación de peligro y se tensiona. Las funciones superiores cognitivas se van apagando. No pensamos bien. Estamos cansados, agobiados. “Y eso nos está pasando un poco a todos”, comenta.

—¿Qué hacer?
—Empezar a cuidarnos, porque sabemos que esto se va a demorar un poco. La gente está cansada, durmiendo mal, irritable, con dolores, y lo otro que pasa es que se nos activan recuerdos del pasado, lo que se vivió en la dictadura o los dramas personales de cada uno. No es uno racionalmente, sino que el cuerpo reacciona de esa manera y la gente se está enfermando más.

—¿Qué significa cuidarnos?
—Primero, entender que estresándonos más, o gritando más o caceroleando más, por ejemplo, no vamos a resolver el problema. Tenemos que lograr calmarnos, pero la calma no es lo mismo que la normalidad. Suena como “aquí no ha pasado nada” y no, no es eso. Calmarse es bajar los niveles de tensión y de activación internos, para tener fuerzas para seguir trabajando, porque si no, vamos a hacerlo mal y acá necesitamos todas las cabezas y todas las inteligencias.

—Usted ha realizado intervenciones a comunidades luego de terremotos que duran tres minutos. ¿Qué ocurre en una crisis que no sabemos cuándo va a terminar?
—Es bueno el ejemplo, porque el terremoto empieza y termina, hay réplicas pero nos preparamos y sabemos más o menos qué hacer. Además, el ser humano tolera mejor las fuerzas de la naturaleza, pero lo de ahora es la mano del hombre. Acá quiero hacer una división, porque una cosa es la protesta ciudadana legítima por lograr mayor equidad y respeto, y otra son los estallidos de violencia delictual, por ponerle algún nombre. En general, las protestas no tienen por qué asustarnos; al contrario, yo creo que esa manifestación del millón 200 mil personas nos emocionó a todos y no hay nadie que no diga que la gente tiene razones para estar descontenta. Lo otro nos da miedo, porque la finalidad es hacer daño, quemar, robar… te puede afectar tu integridad física. Ahí, primero hay que entender que es una crisis que tiene para largo y tenemos que dosificar. Uno a veces está muy consumido por una causa o por su trabajo, pero necesitamos descansar para hacer las cosas bien. No podemos estar 24/7 porque vamos a aguantar una semana más y nos vamos enfermar. Esto es bien doméstico: si hace 15 días que no duermo, tendré que hacer un alto, revisar mis horarios y ver cómo me organizo. Hay que durar en buenas condiciones.

—¿Qué mecanismos tenemos para recuperar la calma?
—El más maravilloso del mundo es respirar, que a veces se toma para la chacota. Hay una aplicación de celular que se llama Coherencia Cardíaca que recomiendo. En lo biológico, nosotros tenemos un sistema de lucha o huida, que se activa en situaciones de peligro, pero también tenemos el sistema de calma, que no es ausencia de estrés, sino que es un sistema activo que tiene que ver con hormonas como la oxitocina, que se libera cada vez que estás en cercanía con alguien que te hace sentir bien. De ahí la importancia de los vínculos interpersonales: el contacto físico respetuoso, la gente que te pone la mano en el hombro y los abrazos son formas de producir oxitocina.

—La gente se queja de que no está durmiendo bien, que está comiendo de más y tomando mucho alcohol.
—Cada uno sabe qué le sirve para calmarse. Hay gente que tiene formas súper buenas, como la meditación. Todos tenemos algún hobby, hacer deporte, cantar, tocar piano. Parece de locos ponerse a tocar piano cuando están cayendo los pájaros asados en la calle, pero hay que darse espacios para eso. Y hay cosas que te calman momentáneamente, pero que te pueden crear otro tipo de problemas, como el alcohol, las drogas o comer mucho. Ojo con eso, porque caerse al litro es una señal de alerta de lo que estás pasando.

—Esta crisis se genera cuando el país tiene una de las tasas más altas a nivel mundial de depresión, altos índices de consumo del alcohol, drogas y uso de tranquilizantes. Nuestro colchón emocional ya parecía frágil.
—Claro, partimos de una base que no está muy bien, pero tenemos que preguntarnos por qué estamos así. Muchos de esos síntomas tienen un origen en el contexto social. Los niveles de estrés en la gente no se explican porque sean menos capaces de manejarlos, sino en las exigencias laborales o en los tiempos de transportes. Hoy fui al centro y me demoré media hora más en llegar a mi casa, y me produjo una angustia tremenda no saber si podría tomar locomoción o no. Imagínate gastar dos horas de ida y dos horas de vuelta para ir a trabajar todos los días de tu vida. ¡Obviamente que te tiene que estresar! Estoy pensando en personas que llegan a su casa a las 9 o 10 de la noche y tienen que hacer comida o ver lo que pasó con los niños. Son estilos de vida tremendamente estresantes, pero que no dependen de uno. Para qué vamos a hablar de los niveles de estrés de los niños en el sistema escolar. Tenemos una escala para medir el clima social escolar donde incluimos el ítem “te sientes agobiado en el colegio” y es impresionante el porcentaje de niños de enseñanza media que contestan que están agobiados. ¡Cómo vas a tener una generación de niños agobiados! En mi época no sabíamos qué significaba eso. Entonces, si ves toda esta sintomatología, no es que nos estemos enfermando más solamente porque no sabemos cómo vivir, sino que el contexto social nos está enfermando y creo que parte de estas demandas tienen que ver con eso.

—¿Hay características personales que permiten sobrellevar emocionalmente mejor esta crisis?
—Existen las características resilientes, personas que son capaces de enfrentar esto con un poco más de calma. Acá nos tenemos que remontar al apego: depende mucho del cómo has sido criado, de las experiencias emocionales positivas que has tenido y que desarrollan la confianza en tus propios recursos y en los otros. Los vínculos interpersonales son una de las cosas que protegen en estas situaciones de crisis; la gente sola lo está pasando mucho peor que la que vive en comunidades o en grupos.

Escuchar, luego solucionar

Lo que está pasando en el país, a Ana María le recordó un estudio realizado en la Universidad de Berkeley donde se le pedía a un grupo de universitarios que jugaran Metrópoli. Un grupo lo hacía bajo las reglas normales; y otro, en una situación privilegiada: partían con el doble de dinero, podían tirar los dados el doble de veces y recibían doble premio al pasar por la caja. La idea del estudio era indagar qué les sucede a las personas cuando están en una situación de ventaja en relación a las otras.

Después de 15 minutos de juego, los universitarios que habían partido en la situación aventajada tenían mucho más dinero y propiedades que su contraparte. Al pedirles que explicaran cómo se sentían, todos los ganadores justificaron su éxito con sus capacidades, a su buen ojo para los negocios y a su habilidad para tomar riesgos. Ni uno solo mencionó que quizás su éxito se debía a las diferencias en el punto de partida.

“Se parece un poco a lo que estamos viviendo. Quienes viven en situaciones de mayores ventajas tienen dificultad para percibir las dificultades de quienes viven en situación de desventaja. Es un tema de ‘falta de sensibilidad social’, una dificultad para registrar los malestares que nos son muy ajenos, no entender cabalmente qué significa un ‘trato digno’”, dice la sicóloga.

—¿Cómo lo explica?
—Cuando uno está cómodo, le cuesta ver la incomodidad del otro, y esto no tiene que ver con que uno sea malo o bueno. Nos viene una ceguera y no vemos al otro. Entonces tiene que haber un esfuerzo activo para que la gente que vive con mejores condiciones y más privilegios se dé cuenta de que otros tienen una vida más difícil, y así empezar a sentir que somos todos iguales, todos seres humanos. Pero eso tiene que ir más allá del discurso, pienso que ese tipo de conversaciones debería empezar a instalarse en los colegios. Antes, la escuela era un lugar donde esto se normalizaba porque todo el mundo iba a los mismos colegios, pero hoy no, y tú crees que toda la gente es igual que ti. Cuando a los niños les dicen “hay gente que no tiene qué comer”, no pueden entender qué significa eso porque no lo ven.

—¿Ve en esta crisis una posibilidad de revalorizar la importancia de vincularse y de hacer comunidad?
—Ojalá. Estuve en un cabildo en la Plaza Las Lilas y vi cómo la gente empieza a conectarse de una manera distinta. Yo he visto un cambio en mi barrio: la gente ahora se saluda, tienen una actitud distinta que antes no tenían. Y me acaba de pasar algo: estaba en la esquina del Teatro Municipal y había otra señora igual que yo esperando un taxi, y pasó una chica en bicicleta y nos preguntó: “¿Qué les pasa? ¿Necesitan algo?”. Creo que eso es inédito. Hace miles de años que voy al centro, a veces he estado perdida en una esquina y nadie me ha preguntado si necesito algo. Hay, en este minuto, una sensación de que somos más iguales y más cercanos de lo que éramos antes. Vivimos en un modelo de desarrollo que ha enfatizado mucho el individualismo, la desconfianza en los otros; y crear espacios en que uno pueda conversar y juntarse con los iguales empieza a fortalecer los vínculos. Fíjate que para el terremoto de 2015, nos tocó ir a Choapa y la gente del lugar nos comentaba que los animales bajaban de los cerros y se apiñaban, se tocaban unos con los otros, es como una necesidad biológica de pertenencia. Por eso las conversaciones tienen que hacerse en grupos chicos y de pertenencia, tiene que ser en tu nicho, en tu colegio, universidad o lugar de trabajo. Hemos perdido esa capacidad de conversar, que es lo más humano de lo humano. Y cuando tú conversas no sólo es importante el contenido, sino el contexto y la relación que vas creando.

—La gente está empezando a hablar de empatía, de escucha activa, de ver al otro. ¿Cómo hacer para que eso no se quede en un eslogan y aterrice a la gente?
—Hay un tema relacionado con la educación que va de la mano con eso.

—¿Eso se educa en la casa?
—No sólo en la casa, en el colegio. Es una metáfora muy bonita lo que está pasando aquí: ¿Por qué la gente grita? Porque cuando habló tranquilamente nadie la escuchó. O sea, el grito, el desorden y el movimiento extremo ocurren cuando el sistema no escucha cuáles son tus dolores o tus problemas. Pero hay todo un movimiento súper importante en todo el mundo de poder desarrollar estas habilidades en la escuela, porque el colegio no puede ser el lugar donde vas a estudiar Matemáticas, Historia y cosas que en 10 años más van a estar obsoletas, sino también otras más, estas habilidades blandas que en el fondo son las únicas habilidades duras, durables. (…) Más que educar, son capacidades que hay que permitir que afloren, porque son íntimas de todos, siempre que crees los contextos en que puedan aflorar.

—¿Qué esperaría usted que pase después de esta crisis?
—Me gustaría, primero, que las autoridades se hicieran cargo, porque es muy importante mantener la institucionalidad, es un tema de sentido común. Pero también esperaría que escucharan, y que no sólo que escucharan ahora. Hay un concepto muy hermoso en la Justicia Restaurativa que tiene que ver con la “sanación” de los conflictos sociales. Cuando hay un conflicto o una transgresión, no sólo afecta a quien lo comete y a las víctimas directas, sino que al tejido social completo. Cuando ha habido un daño, hay sufrimiento, y es súper importante escuchar el relato del dolor que tiene la gente. Acá no se trata de decir: “Ya, entendimos, vamos hacer la reforma tributaria, la reforma acá y allá…”. Eso no es suficiente. La gente necesita un espacio para decir “yo quiero que tú sepas lo que a mí me pasó, lo que yo sufrí”, eso lo dicen todos los teóricos que trabajan en estos temas. Después de eso pensemos en las soluciones.

—¿Es posible volver a vincularnos?
—La vinculación es el punto de partida para cualquier solución de conflictos y para la convivencia. Fíjate que es reaprender, porque todos supimos hacerlo alguna vez, todos fuimos criados por alguien, salvo casos extremos de niños con apego desorganizado o maltratados. Hace unos años me tocó trabajar en Rapa Nui durante un tiempo y ahí todos se saludan en la calle; aquí la mayoría de la gente no se mira a la cara. No hemos desarrollado bien la capacidad de ser amables, pero siento que se está recuperando”.

Autor: José Miguel Jaque, La Tercera.
Para ver la publicación original, hacer click aquí.

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